Una de esas tardes, cuando ya se había aseado y puesto su vestido de siempre, salió de la casa. Se dirigió al bosque.
Una brisa hizo que los árboles la saludaran como siempre que entraba. Su vestido se agito con la corriente y ella sonrió. Aspiró el aire del bosque y se adentró.
Retiró malezas y recogió algunas piedrecillas que obstruían el sendero que estaba construyendo.
Esta senda llevaba a una especie de laguito, con matorrales alrededor y algo que siempre la había intrigado: el árbol que crecía en el medio, que parecía padre de todo el bosque. ¿Cómo era posible que algo creciera rodeado de aguas y no se ahogara?
Se sentó en la roca plana donde siempre se sentaba a jugar y llegaron un par de ardillitas, se le acercaron de a poco mientras ella trataba de comunicarles que no era mala. Eso le gustaba de estar allí, no eran necesarias las palabras, como que las energías bastaban. Y todos comunicaban algo. Detestaba la energía de sus padres, era tan cansada y rígida.
Una de las ardillas subió a su mano y jugueteó con ella, le hizo cosquillas y dejo que trepara entre sus manos. Derepente la ardilla saltó de su brazo y salieron corriendo con su compañera. Ella las observó.
Desvió la mirada a unas flores violetas que crecían a la orilla y medio sonrió. ¡Qué bellas eran! Las tocó y dejó que la sintieran: habló con ellas. Luego miró al Árbol Padre ¿Por qué podía tocarlos a todos menos a él? Tocaba y le daba de su energía a cuanta planta o animal hubiera en el lugar. ¿Era por eso que se rodeaba de agua? ¿Porque no deseaba que lo tocaran?, ¿Qué habría al fondo del laguito profundo que no lo dejaba morir?
Siempre que iba al bosque, en algún momento miraba al Árbol Padre, tan solo. Lo único que quería la niña era hacerlo feliz… Lo único que deseaba.
1 comentario:
buen relatoo (:
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